La inversión en educación (TIC) desde mi óptica

La inversión en educación (TIC) desde mi óptica

Hace más de 25 años yo era un adolescente y tuve la buena suerte de ganar un ordenador  en un concurso. Un ordenador con 640 KB DE RAM, su ratón, su disco duro de 30 MB, disquetes de 3,5” de baja densidad, monitor con escala de grises, MS-DOS y Windows 1… que tuve más de un año encima de la mesa sin saber qué hacer con él. Ni yo ni ninguno de mis amigos de la época. Alguno de ellos tenía ordenador tipo Amstrad CPC464, Sinclar ZX Spectrum, Amstrad PCW 8256, etc. Y básicamente lo que hacían con ellos era alquilar juegos en formato casete de un videoclub, copiarlos y jugar.

Amstrad PC2086/30 ¡Qué recuerdos!

¡Me había tocado una mierda de ordenador!… o eso pensaba. Con el tiempo aprendí a encenderlo y manejar relativamente bien MS-DOS y hacer cuatro cosas con el espartano Windows que a todos mis amigos fascinaba pero que a mí no me valía para jugar ni para nada. Hasta que un profesor de matemáticas, Andrés, me comentó que él había hecho un curso de programación en C – ¿programación? ¿qué era eso? – y me prestó el material del curso y el compilador. Tardé como 6 meses en hacer mi primer hola mundo. Y a partir de ahí empecé a descubrir el fascinante mundo de la informática.

Sin libros, sin nadie con quien compartir información y sin el Internet que ahora parece que ha estado ahí siempre, pero que lógicamente no estaba, avanzaba muy despacio. Fue ahí cuando otro de mis profesores de matemáticas, Abilio, me permitió utilizar un ordenador de una sala del instituto que tenía módem y conexión a la Red Telefónica Básica (RTB) para experimentar. Había leído en una revista cómo acceder a Ibertext y al Bulletin Board System (BBS). Me costó, pero a partir de ahí obtuve ingentes cantidades de información (muy ordenada y buena en la época; no había paja): noticias sobre programación y hacking de Fidonet, cursos de ensamblador, cursos de BASIC… ¡Hasta que me cerraron el grifo! A 21 pesetas por minuto de conexión tras un tiempo en mi instituto me dijeron que no podían seguir dándome acceso.

BBS. ¡Buscar y encontrar!

Creo que nunca han llegado a sospechar lo que esa oportunidad cambió mi vida. Hubo tres momentos clave: ganar “una mierda de ordenador que no me permitía jugar”, abrirme el mundo de la programación en C y darme acceso al mundo a 21 pesetas el minuto.

A la información obtenida durante los meses que pude tener conexión le saqué un partido inimaginable. Y eso que estaba en inglés y empezaba la década de los 90 (mi proto-inglés no podía ser más rudimentario). En torno al 1991 programaba relativamente bien en C, BASIC y ensamblador del 8086. Me hacía mis propios juegos y programas para mi “mierda de ordenador” (que ya empezaba a entender que no lo era tanto) y, definitivamente, decidí que querría estudiar Ingeniería en Informática al finalizar el bachillerato. Y así fue.

Muchas veces tendemos a creer que la inversión en material en los centros de enseñanza, no tiene mucho sentido. Y seguramente en gran parte de los casos es así; es una forma rápida y sencilla de “quemar dinero público” y de que el político de turno pueda hacerse unas cuantas fotos. Se ve como un derroche. Lo mismo con respecto a la dotación de personal docente y su reciclaje. Pero algo tengo bien claro; yo hoy no sería Ingeniero en informática de no ser porque han confluido dos hechos particulares:

  • He tenido la suerte de coincidir con maestros y profesores cualificados y dedicados durante mis estudios de E.G.B. y Bachillerato. Y con “dedicados” me refiero a “más allá de lo exigible por su propia condición profesional”.
  • Tener la suerte de estudiar en un centro donde había equipamiento que seguramente para la época era considerado un derroche o un exceso y donde existía la voluntad de ponerlo “al servicio” del alumnado.

Así que, cuando me vienen a la cabeza ideas del tipo “que derroche”, “vaya forma de malgastar el dinero”, aun sabiendo que en gran parte es cierto, me gusta imaginar que en algún rincón hay un/a niño/niña investigando cómo funciona un cierto “artilugio” ayudado por un docente implicado y que, quizás, le esté cambiando la vida sin saberlo.

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